El restaurador, ese profesional con vocación.

Mmmmm qué peligro…, comentábamos ayer una querida amiga y yo disfrutando de un

Desmontaje de un legajo de 1750.

soleado día en Asturias. Parece un comentario un poco sombrío, pero lo cierto es que nos dio tiempo a arreglar el mundo, y parte del universo, como suele pasar cuando dos amigos se juntan a disfrutar de la mutua compañía.

Dicho comentario vino recordando lo complejo que puede llegar a ser ejercer una de las profesiones supuestamente vocacionales.  Bueno, quizá una excepción (por lo menos a niveles de alta competición) sean ciertos deportes, en donde tenemos asumidos los altos precios de algunos deportistas por cada aleteo de sus pestañas.

En general, hay pocos profesionales que no se sientan cuestionados o regateados en su valía, quizá por lo comenté en un post anterior, que una de las enfermedades del ser humano suele ser creer que se sabe de todo. Pero sigo pensando que hay ciertas profesiones que se llevan el premio gordo en esto, y la mayoría de ellas están relacionadas con las artes de alguna manera.

En fin, si a ti te gusta lo que haces, ¿por qué vas a cobrar por ello?¿No es acaso un hobbie? Es más: eso que tú haces, restaurar, em…, qué es exactamente, ¿no es dejarlo como nuevo? ¿No son acaso productos químicos mágicos que hacen que un papel resucite de sus cenizas, cual Lázaro?

He aquí la dificultad que el restaurador de papel que empieza a ejercer se encuentra. Su valía por cada hora de trabajo que se pasa analizando las fibras del documento por tratarlo como una obra valiosa para el cliente. De hecho, el valor de la obra es otra cuestión a tratar. Mientras tenga valía para el cliente, tiene la mayor valía para el restaurador. El mayor peligro es el desconocimiento de lo que esta profesión implica. Veamos:

De entrada, para dar poder dar cualquier presupuesto sin compromiso el restaurador debe, muchas veces, desplazarse y analizar la obra exhaustivamente. Otras requiere llevársela para analizar la solubilidad de las grafías y puntualizar más en el presupuesto. Después conlleva ajustar al máximo las horas que puede llevar esa restauración y calcular el precio de los materiales que necesitará. Este presupuesto suele realizarse, como es mi caso, con un informe previo a la restauración; una justificación ofrecida a través de un análisis de conservación del documento.

Hasta aquí, como muchos profesionales de otras ramas. Por eso es tan difícil dar un presupuesto de entrada, en frío.

En mi caso (y creo que puedo hablar por la mayoría) son presupuestos cerrados, con lo que si se descubre alguna «sorpresa» -y suele suceder cuando se trabaja con materiales orgánicos o con obras voluminosas y/o infectadas- las consecuencias implican un trabajo gratuito (vocacional, efectivamente) durante varias horas.

Tras finalizar, cada trabajo suele acompañarse con un informe técnico. Mínimo, aunque sea, del proceso de restauración. Esto se encuentra dentro del código deontológico del restaurador, tanto como utilizar materiales reversibles y de calidad de conservación. ¿Por qué? Porque el restaurador no es el único que puede valorar esa obra, ni tampoco el cliente. Un restaurador quiere preservar esa obra durante muchos, muchos, muchos, muchos… años. ¿Qué puede suceder en ese tiempo?

Que se descubran nuevas técnicas, que la obra sufra un «accidente»… y que deba volverse a intervenir. O, simplemente, que adquiera un valor estratosférico en el mercado y se quiera saber exactamente qué se hizo sobre ella. O porque sea un documento de archivo, y sea necesario saber qué pudo cambiar en la información de ese documento antes y después de la restauración.

Puede haber múltiples razones, pero ese informe va a contener absolutamente todo el proceso de la restauración, documentando el antes y el después; todo lo que se encontró, los materiales que se utilizaron y… he aquí algo fundamental, las condiciones de conservación que se recomiendan para el futuro.

Y sí: todo esto se hace desde una absoluta pasión por el conocimiento y cariño hacia las obras de arte y, en mi caso, hacia todo documento histórico-artístico, muy especialmente a los libros. Pero eso es lo que implica ser una profesional con vocación… 🙂

2 comentarios

Archivado bajo El/la profesional de la restauración de patrimonio

2 Respuestas a “El restaurador, ese profesional con vocación.

  1. Ahhhh, se revive con tu ponencia lo que a lo largo de estos dos años he experimentado con algunos clientes que cuestionan el precio-valor de mi trabajo diciendo «si apenas es darle una cosidita a un libro y para vos es un pasatiempo».

    Yo ya no me conflictúo al cobrar los precios reales de nuestra profesión-oficio-arte, desde que escuché la frase de El Guasón ( versión Heath Ledger ) en la película «Bátman Caballero de la Noche»:

    -«No regalas lo que mejor sabes hacer».

    Y Punto.

    Lo que mejor sabes hacer te ha llevado años dominarlo, y para aprender a dominar lo que mejor sabes hacer has invertido una fortuna en conocimiento y equipo, que se suma a los demás aspectos que se consideran al presupuestar un trabajo de estos.

    Si finalmente el cliente es uno de los que «suele ser creer que se sabe de todo» que le de la cosidita el mismo a su libro.

    Los clientes serios y cultos comprenden las razones bien puntuales de los precios que se le cobran, y son lo suficientemente inteligenrtes para comprender así mismo que acuden ante un profesional que va a brindarles un servicio para el cuál ellos – por mucho amor al arte que tengan – no están capacitados ni tienen vocación.

    ¡Saludos!

  2. Cuánta razón tienes, Luis. Como dije no sólo pasa en nuestra especialidad, puesto que cuando hablo con amigas/os con otras profesiones y negocios propios parece un mal endémico el cuestionar lo que se plantea. Otra cosa es que el precio no sea asumible y no se quiera hacer, pero esto es lógico… y para ello damos un presupuesto (que por cierto en otras profesiones muchas veces no se hace, porque cuando yo llevo el coche a arreglar tiemblo sólo de pensar lo que va a sufrir mi cuenta corriente). Quizá, por lo menos aquí en España, hay varias dificultades para solventar este problema; la más preocupante -para mi- es la escasa valoración que se tiene de la cualificación profesional ya desde las instituciones, que aunque se intenta paliar no dejan de ser intentos más burocráticos que efectivos. Creo que puede contribuir a paliarlo el divulgar esta profesión para el gran público también, y que por lo menos se aprecie el nivel de dedicación que lleva restaurar una obra o realizar un trabajo de encuadernación, por ejemplo, tal y como brillantemente lo haces tú en tu página de Facebook 😉

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